La historia de mi vocación es la historia de mi vida
La historia de mi vocación es la historia de mi vida, porque al fin y al cabo ambas son iniciativa de Dios. Han sido muchos los detalles de su llamada y de su amor conmigo pero algunos explican mejor cómo es posible algo así.
En el camino de Santiago de 2004 tuve mi encuentro personal con Cristo. Ese encuentro inició un río de gracias y de luz sobre mi vida, mi pasado y los acontecimientos futuros. En ese camino vi el rostro de Jesús, literalmente, y su Mirada me atravesó. Su alegría por mí era mucho mayor de la que yo hubiera sentido por mí mismo nunca. Jesús me miró. Tenía un gozo que no me cabía en el cuerpo. De vuelta en casa un día escuchando música sentí que Jesús me sugería ser sacerdote. Aunque eso era algo que yo rechazaba de plano, ese día no me asustó, pero le pedí una prórroga. Y me la concedió. Fue como si me entregara un regalo y yo todavía no quisiera abrirlo. Pero me lo quedé.
Cinco años más tarde en un encuentro de alabanza en unas laudes percibí con claridad como el Señor me decía “Tómame en serio”. Eso me impactó, pero en aquel momento no sabía qué significaba para mi vida. Unas semanas después fui a unos ejercicios espirituales. Ahí el Señor lo preparó todo. La primera noche leí por “casualidad”: “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros (…)”Jn 15, 16
Al día siguiente, en la primera contemplación la lectura de Marcos 3, 7 con Jesús a orillas del lago de Galilea me impactó frontalmente al ver que era el mismo Jesús que se giraba para pedirme a mí que le preparase una barca. La intensidad de Su mirada otra vez, el afecto y la confianza con que lo hizo me dejaron sobrecogido y llorando. Sin acabar de entender lo que había pasado hablé con el sacerdote. “Parece una llamada apostólica” me dijo. En ese instante lo entendí todo y me provocó un vértigo absoluto. Sentí como un hachazo en mi vida. Como si se parara el tiempo. Esto era lo que el Señor tenía preparado para mí y yo no me atrevía a verlo. La llamada era muy fuerte pero mi miedo también. Mi grito era: “¿Quién es éste?, ¿quién es este Jesús del que tanto he oído hablar y ahora me interpela así?”. Sentía que no conocía a Jesús, aunque antes pensaba que sí. Entonces acepté el reto, y le dije “te quiero conocer, ¿qué tengo que hacer?”.
Unos meses más tarde comencé el curso introductorio del seminario. Todo encajaba, me sentí guiado por su espíritu y profundamente respetado en mi libertad. Ese año la Pascua fue una bendición enorme. Su amor me desbordó. No podía decirle que no a Jesús. Tomé la decisión y entré en el Seminario. El señor no me ha soltado nunca de su mano.
Ahora cuando me preguntan por qué quiero ser sacerdote digo: ¡Porque Jesús está vivo! Y si Él me quiere sacerdote es porque Él desea seguir haciéndose presente en su carne hoy, para alimentarnos y perdonar nuestros pecados. Para seguir consolando y sanando. Porque siento que Jesús nos ama con locura, y quiere venir a nuestro encuentro sí o sí, y rescatarnos de nuestras miserias, y abrir nuestros ojos a la realidad. Para que venga su reino y se haga su voluntad y no la nuestra.
Cada vez veo más claro que Él nos eligió desde el principio, y que sus planes son mejores que nuestros planes. A veces tengo miedo, y me asusta mi debilidad, pero entonces recuerdo que “todo lo puedo en Aquel que me conforta, porque en mi debilidad Él se hace fuerte.” (Flp 4,13; 2 Co 12,9)
Sin ti nada puedo, Jesús. Gracias por mirarme, gracias por mirarme así. Agárrame fuerte Señor y no me sueltes nunca. Hazme apóstol tuyo, para que todos te conozcan y crean en ti. Amén.
Javier Cedrón (Seminarista 3er. curso)