Sábado 21 de enero
UNIDOS EN EL SEÑOR
¡Que todos sean uno!, pedía Cristo para sus discípulos en la última Cena (Jn 17,21). En el mundo, en cambio, la realidad es la división, la lucha por el poder, el enfrentamiento.
Hay que ser uno también con los que ya se fueron y unirnos a ellos en la oración y en el ofrecimiento del cáliz de la sangre de Cristo. A través de la Eucaristía nos unimos a la Iglesia purgante. Debemos también unirnos a la Iglesia celeste y triunfante en el amor profundo a Cristo. Él es nuestro punto de unión para todos los creyentes. En la Iglesia militante, en este mundo nuestro hay muchos cristianos divididos. Se dejan guiar por el espíritu de dispersión de Babel, más que por el Espíritu de unidad pentecostal en Cristo. El resultado es un Cristo roto y dividido por nuestro pecado. Todos sabemos hacer la desunión; pero pocos se sacrifican para construir desde Cristo la unión verdadera y durable.
Cristo usó su propia sangre para que entrásemos en el santuario definitivo de los bienes celestes, tras ganarnos la liberación eterna (Hb 9,12). Él sigue purificando nuestra conciencia de las obras muertas del pecado y nos lleva al culto del Dios vivo (Hb 9,14). Gracias a Cristo se destruye el pecado que divide a los hombres. Su sangre nos reúne en el culto del Dios vivo y "los que bebemos de su mismo cáliz, tenemos comunión en la sangre de Cristo (1 Co 10,16), si es que no la bebemos en vano.
Únenos, Señor, con tu sangre. Introdúcenos en tu mismo Santuario santísimo (Hb 9,3) a los que participamos del mismo cáliz de unidad. Haznos, hoy y eternamente, comunidad cúltica y celeste unida en la verdad y en el amor, donde todas las divisiones nuestras, demasiado humanas, sean aniquiladas.
¡Oh, Cristo, Cabeza de la Iglesia una y santa: únenos a Ti y a los demás miembros de las Iglesias cristianas y separadas que Te aman y Te proclaman su Señor! Danos pronto tu Espíritu de Unidad. Amén.
“El Pan de la Palabra dánosle hoy” Ciclo A - Ceferino Santos S.J.